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Analfabetismo numérico

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Así como casi todo el mundo (al menos en nuestras modernas zoociedades hoxidentales) sabe leer y escribir pero casi nadie hace literatura, sería deseable también erradicar en gran parte de la población el analfabetismo numérico que padece hoy día sin que por ello todo el mundo vaya a ser matemático. Sin entrar en «evangelismos cientificistas» del tipo «todo el mundo debe estudiar ciencia (o matemática)», sí creo que es necesario superar en la población un nivel mínimo de alfabetismo numérico. 

Hace unos días fui a comprar un litro de helado. Quería 2/3 de dulce de leche y 1/3 de vainilla y así se lo manifesté a la persona que me atendió que se quedó mirándome como si tuviera tres ojos, un cuerno y el pelo verde. La pobre mujer no sabía qué decir y entonces atinó a preguntarme:

– ¿Cuántos gustos quieres?
– Dos – repetí.
– Mitad de cada uno – dijo ella creyendo haber resuelto el problema.
– No – dije. 2/3 de un sabor y 1/3 del otro. Un poco más de la mitad del primero – agregué, creyendo haber resuelto el problema. 

La mujer siguió mirándome como si del cuerno que había visto antes en mi cabeza comenzaran a brotar flores turquesas. Por suerte intervino en ese momento el dueño de la heladería y zanjó el asunto con un simple: «Yo lo atiendo».

No estoy planteando que todo el mundo tenga que saber que son las matrices de Jordan, las integrales de Green o los espacios topológicos. Simplemente me parece que semejante nivel de analfabetismo numérico no puede generar sociedades modernas, justas e igualitarias. Existe un umbral de conocimiento matemático que es imprescindible para desenvolverse en el mundo contemporáneo. Sin ese mínimo, existe un fuerte de riesgo de exclusión de la vida moderna. Cuando le conté lo ocurrido en la heladería a mi mujer, ella me dio la mejor solución al problema que haya oido hasta hoy: «La próxima vez dile que quieres tres gustos: dos que sean dulce de leche».

Esta anécdota que viví en primera persona me recordó otra mucho más divertida que reproduzco aquí (con permiso de Marta Macho).

El tamaño de los tercios

Eso de sumar fracciones es algo que no se le da bien a cualquiera. Y es precisamente lo que le sucede a César, el protagonista de esta anécdota extraída de la obra de teatro Marius de Marcel Pagnol [traducción del original francés de Marta Macho].

Estamos en el puerto de Marsella; Marius trabaja en la taberna de César, su padre, aunque en realidad su único sueño es huir, embarcarse y viajar. César y Marius conversan en el bar de la Marine:

César – Ni siquiera sabes dosificar un mandarín-limón-curaçao. ¡No haces dos iguales!

Marius – Como los clientes sólo beben uno a la vez, no pueden comparar.

César – ¡Eso es! ¡Insulta a la clientela en vez de perfeccionarte en tu oficio! Pues bien, por décima vez, te voy a explicar el Amer Picón-limón-curaçao. (Se instala tras el mostrador.) ¡Acércate! (Marius se aproxima para seguir de cerca la operación. César coge un vaso grande, una jarra y tres botellas. Mientras habla, prepara el brebaje.) Pones primero un tercio de curaçao. Pero ten cuidado: un tercio pequeñito. Bueno. Ahora, un tercio de limón. Un poco más grande. Bueno. Después, un BUEN tercio de Amer Picón. Mira el color. Fíjate qué bonito es. Y al final, un GRAN tercio de agua. Ya está.

Marius – Y eso hace cuatro tercios.

César – Exactamente. Espero que esta vez hayas entendido. (Toma un trago de la mezcla).

Marius – En un vaso, no hay más que tres tercios.

César – Pero, imbécil, ¡eso depende del tamaño de los tercios!

Marius – No, no depende. Incluso en una regadera no entran más que tres tercios.

César (triunfal) – Entonces, explícame cómo he puesto cuatro en este vaso.

Marius – Eso es una cuestión de aritmética.

César – Típico… cuando ya no se sabe que decir, el viejo truco de desviar la conversación…



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